De Socialismo, Pragamatismo, Papel Higiénico y Olimpiadas.


Aunque usted no lo crea, Venezuela, uno de los países con una de las reservas petroleras más grandes del mundo, enfrenta una severa escasez de productos básicos como carne, papel higiénico, jabón y otros. ¿Alguien necesita más pruebas de que el centralismo estatal propio del llamaddo "socialismo del siglo del 21" no funciona?

Sin embargo, quizás más por romanticismo que por objetividad, he escuchado que muchas personas se refieren a Brasil como un ejemplo de buen "socialismo". Un comentarista nicaragüense en las redes sociales me decía que hay que mirar al “socialismo Brasileño” como ejemplo, ahora que el socialismo del siglo 21 tan publicitado por el fallecido Comandante Hugo Chávez de Venezuela, no muestra ninguna viabilidad.

Pero la verdad es que  el Gobierno del ex Presidente de Brasil Ignacio Lula da Silva—y actualmente el de su sucesora Dilma Vana Rousseff—es más bien un excelente ejemplo de pragmatismo político y económico y no podría estar más lejos del socialismo. Las políticas macroeconómicas promovidas por Lula, con poquísimas excepciones, fueron políticas públicas de libre mercado y, en todo caso su gobierno fue más bien un ejemplo de que una tercera vía es posible.  Lula le dio continuidad a las reformas del Presidente Fernando Henrque Cardoso (1995-2003), e inclusive, uno de sus primeros actos cuando asumió el poder fue firmar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional al mismo tiempo que profundizó varios programas de asistencia social iniciados por Cardoso. Durante sus mandatos mantuvo las políticas fiscales de libre mercado de los gobiernos previos y, contrario a lo que dijo durante sus años más radicales, no impulsó un proceso de privatizaciones ni impuso una dictadura del proletariado propia de sus discursos de juventud. 

Una de las fórmulas del éxito del modelo económico y político del ex Presidente Lula fue demostrar que la disciplina fiscal y el control de la inflación no están contrapuestas a políticas agresivas de inclusión social. Todo lo contrario. De la misma forma que otros países industrializados como por ejemplo Suecia, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Irlanda, Japón y Canadá habían demostrado décadas antes, el estado de Bienestar sólo es sostenible en sociedades con buenos niveles de competitividad y con un sector privado dinámico. De esa forma, las economías abiertas se constituyen en el ecosistema más eficiente para el crecimiento económico y para brindar una buena seguridad social. 

En abril del 2009 tuve la oportunidad de escuchar al entonces Presidente Lula en las reuniones del Foro Económico Mundial para América Latina en Río de Janeiro y conversar brevemente con él. A pesar de sus críticas al sistema casi siempre bien argumentadas, tras bambalinas Lula era la fascinación de los grandes inversionistas asistentes a dicho Foro. Lula, conciente de su rol histórico, se sentía tan cómodo criticando abiertamente al capitalismo como promoviendo Brasil como un gigante emergente de los mercado de capital. A ese foro también asistió Cardoso y parecía discretamente satisfecho de ver sus ideas prosperar aunque los aplausos eran para Lula.

En el foro de Davos Lula continuó siendo un caso de fascinación para ese club de multimillonarios y él siempre supo utilizar, como buen estadista, esa atracción. El discurso amenazante al capitalismo global le ganó y aseguró una significativa popularidad entre las mayorías de votantes brasileños, pero en la práctica Brasil es hoy, gracias a la continuidad que Lula supo darle a más de dos décadas de reforma, uno de los “frontier markets” más apetitosos para Wall Street y para las bolsas sudamericanas y Europeas. Lula comprendió que el sector privado y la inversión extranjera de calidad son los mejores aliados para la erradicación de la pobreza.

En lo social, Lula fue progresista pero ningún economista serio se atrevería a  definirlo como socialista en cuanto a su "récord" como estadista se refiere. Hoy Brasil es un país con un capitalismo socialmente responsable que quizás por razones de marketing político y por razones de nostalgia a ideas con las cuales el Partido de los Trabajadores (PT) simpatiza, ha optado por ponerle otras “etiquetas” a su modelo económico. Lula no cedió a las propias presiones internas de segmentos radicales del PT y más bien usó su enorme peso dentro de un partido desgastado para ayudar a que éste se moviera hacia el centro. Como consecuencia de ello Brasil es un libre mercado y uno muy eficiente a pesar de sus altibajos.

El otro ejemplo muy cercano en geografía pero lejando en resultados, es Venezuela, país que hoy enfrenta una escacez de productos básicos tan severa, que parece una broma de mal gusto. Este país petrolero puede asegurarle hisdrocarburos subsidados a los países que integran el bloque del Alba,  pero no puede asegurarle a sus propios ciudadanos acceso estable al papel higiénico. La Venezuela de Hugo Chávez optó por enfrentar al gobierno con el sector privado nacional, ejecutar expropriaciones a empresas extranjeras,  

Otro ejemplo de pragmatismo, aún con sus diferencias, es Nicaragua bajo el régimen del Comandante Daniel Ortega. Ningún gobierno previo ha tenido tan buenas relaciones con el FMI y la eficiente agencia nacional de promoción de inversiones, ProNicaragua, sigue al pie de la letra la estrategia de captación de inversiones diseñada durante la administración del gobierno de Enrique Bolaños. Es obvio que entre Nicaragua y Brasil hay distancias enormes pero resulta paradójico que a pesar de la enorme influencia política y de la cooperación entre la Venezuela Chavista y la Nicaragua del FSLN, el país centroamericano está hoy muy lejos de ser un país socialista por mucho que lo insistan miles de rótulos multicolores colocados en las principales ciudadanos del país.

Personalmente me gusta más el modelo de la concertación Chilena pero si alguien me dice que Brasil es el modelo, con gusto estaré de acuerdo aunque todavía hay que darle tiempo para evolucionar. Decir que un modelo funciona implica que éste es efeciente en reducir pobreza, generar crecimiento económico, empleos de calidad, promover la sostenibilidad ambiental, reducir la violencia y la corrupción, promover el buen gobierno y elevar la competitividad. 

El nuevo camino a seguir es el pragmatismo. No creo que existan modelos económicos o políticos que simplemente se puedan copiar sin que hayan consecuencias adversas. Lo que sí podemos aprender es que, entre un país con largas filas para comprar papel higiénico y otro con largas filas para ingresar a los eventos de las Olimpiadas del 2016, prefiero el segundo. Las etiquetas salen sobrando.

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