La Enfermedad de la Dictadura

Una de las principales amenenazas a la vida humana es la resistencia microbiana; es decir, la inmunidad de virus, bacterias y microorganismos a los tratamientos antibióticos contra enfermedades infecciosas. Un virus resistente puede residir por años e incluso décadas en el huésped, esperando el momento en que las defensas de ese sistema estén tan bajas que le permitan tomar control absoluto del mismo. Lo que hace que estos microorganismos sean tan letales, es que el sistema inmunológico no los reconoce como invasivos hasta que ya es demasiado tarde. Similarmente, varios sistemas políticos en América Latina, han vivido una suerte de implantación pasiva de gérmenes autoritarios que más tarde que temprano adquieren, en el momento menos esperado, la forma de dictaduras. Tal es el caso del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, que el lunes 19 de octubre de este año, cual tórsalo enquistado en la débil fibra democrática del país, salió de su cascarón.

No es de extrañarse que Daniel Ortega haya demostrado ser un avanzado estudioso de la dictadura de la familia Somoza para aprender de sus errores y replicar los rasgos que le permitieron sobrevivir por más de cuarenta años hasta el levantamiento popular de 1979. Quien haya leído la obra “Entre Sandino y Fonseca”, de Chuno Blandón se queda perplejo ante la ingenuidad de la clase política conservadora que, resignada a ser un partido zancudo a través de un pacto entre su caudillo Emiliano Chamorro y el dictador, observaba indolente el paso agigantado con que la familia Somoza secuestraba Nicaragua. En 1934 el teniente Abelardo Cuadra trató infructuosamente de derrocar a Somoza y diez años después el líder estudiantil Uriel Sotomayor fue asesinado. En 1947, Somoza dio un golpe de Estado a Leonardo Argüello y en Abril de 1954 se organizó una pequeña sublevación que terminó en una verdadera cacería humana. Ni esas ni las acciones subsiguientes como la de Rigoberto López Pérez en 1956, lograron movilizar masivamente la conciencia popular contra la dictadura que en los próximos veinte años se enquistó profundamente en una cultura política de doble moral.

La familia Somoza tenía como poderosos aliados a la Guardia Nacional y el apoyo de los Estados Unidos, país que durante la guerra fría estaba dispuesto a soportar dictaduras en el hemisferio a cambio de una supuesta contención del comunismo. Fue así que el somocismo avanzó implacablemente como una enfermedad que muchos creían incurable o inexistente y no fue sino hasta el asesinato del líder cívico de oposición Pedro Joaquín Chamorro Cardenal en 1978 y la posterior unificación del FSLN en marzo de 1979 que se dio un auténtico despertar insurreccional.

El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro abrió una nueva etapa política en el país caracterizada por la unión de todas las fuerzas opositoras en un frente amplio contra Somoza. A esas alturas, más de veinte mil vidas humanas se habían perdido y la salida violenta de la dictadura dejó profundas heridas abiertas en la nación que luego se profundizaron con una guerra civil que costó otras treinta mil vidas y la reducción de nuestro país a ser la segunda economía más pobre del continente.

Es cierto que Ortega no cuenta con fuerzas armadas partidarias como lo fue en su momento el Ejército Popular Sandinista (EPS) hasta su reforma en 1994 a través de la Ley 181. Tampoco cuenta con el apoyo de una potencia internacional y de hecho sabe que no lo necesita. Nicaragua ya no es noticia internacional y su condición de país muy pobre hace que pase desapercibido para los grandes intereses geoestratégicos. Pero sí cuenta con el masivo respaldo económico de Hugo Chávez, otro dictador que se ha convertido en el principal patrocinador financiero del Orteguismo y de otros regímenes similares.

Según cifras oficiales del Banco Central de Nicaragua, sólo en el año 2008 Venezuela envío, al margen del Presupuesto General de la República, más de 450 millones de dólares. Sin embargo, la principal ventaja de Ortega es su hábil maximización de las debilidades del sistema democrático que él tanto se empeñó en desbaratar desde la oposición. De la atropellada transición y consolidación democrática iniciada en 1990, surgió un Consejo Supremo Electoral y una Corte Suprema de Justicia sin ninguna independencia. Ambos poderes operaban hasta hace poco en función de las cuotas de poder de los dos partidos políticos mayoritarios pero ese balance de poder se rompió cuando Arnoldo Alemán cedió todo lo que podía ceder a cambio de su libertad. Es así que el FSLN logró secuestrar al Estado al romper una de las premisas básicas de la democracia moderna como es la separación de poderes.

Ortega sabe que la movilización de su base partidaria no es suficiente para enquistarse en el poder. El FSLN, además de ser minoría en Nicaragua ha perdido la legitimidad de su origen revolucionario. Se requiere entonces dotar al régimen de una serie de artimañas que le permita dar apariencia de legalidad a fin de avanzar en el control político del sistema sin ser prematuramente removidos. El dictador sabe que la principal debilidad del sistema político es la ausencia del reconocimiento de su naturaleza ya que muchas personas siguen interpretando las dictaduras con los lentes del pasado, esperando que haya un golpe de Estado efectuado por fuerzas armadas o coaliciones civiles-militares.

La realidad es que las dictaduras de hoy, no por ser menos aparentes son menos letales. Todo lo contrario. Un virus de alta resistencia al antibiótico es más mortal que un virus convencional. Ese será el caso mientras la sociedad no reconozca los síntomas de su mal e ingenuamente siga esperando más pruebas de que la dictadura ya está aquí. De la misma forma que enfermo sólo puede ser tratado efectivamente cuando reconoce la realidad de su enfermedad, un pueblo cuya democracia haya sido cercenada sólo recuperará su libertad en el momento en que reconozca que la ha perdido.

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