La verdad no se impone, se siembra.
No hay argumento lo suficientemente claro ni evidencia lo suficientemente contundente para abrir los ojos de quien ha decidido cerrarlos. La razón no penetra donde la voluntad ha construido un muro. No se trata solo de lógica o hechos, sino de disposición: quien no tiene curiosidad por comprender más allá de su propia certeza, no escucha, sino que espera su turno para reafirmarse. Convencer no es imponer una verdad, sino invitar a la duda. Pero cuando alguien teme dudar más de lo que teme equivocarse, cualquier intento de diálogo se vuelve un eco inútil en un espacio ya sellado.
El que busca compartir generosamente conocimiento no se desgasta golpeando una puerta que nadie quiere abrir. En lugar de insistir donde no hay voluntad de escuchar, siembra ideas en tierra fértil, en mentes que aún buscan, en corazones dispuestos a la reflexión. No impone, no discute por orgullo, ni se aferra a la urgencia de convencer. Sabe que el conocimiento no es un arma, sino una semilla, y que su verdadero propósito no es vencer, sino iluminar. Y si la verdad ha de alcanzar a quien hoy se cierra a ella, que no sea por presión ni disputa, sino porque un día, por su propio peso, encontrará la grieta por donde entrar.
Comentarios