No es malo llorar; pero sí es prohibido olvidar y perder la esperanza.
No debemos tener vergüenza de tener días difíciles. Aquellos en los cuales incluso hay lágrimas y el día es opaco sin posibilidades de ver el horizonte. Sólo a quien no le duele la Patria, es capaz de tener días normales sin dolor o sin tristeza. La angustia es una emoción natural de aquellos a quienes le mortifica la injusticia y sienten como propias las injusticias a los demás. También hay días de alegría, como cuando supimos que los meses de trabajo de hormiga de tanta gente con cada una de las delegaciones de la OEA dio sus primeros frutos. La OEA, de la cual el FSLN se ufanaba de tener en sus manos, ahora está claramente del lado del pueblo autoconvocado que pide elecciones adelantadas. Esa es una victoria diplomática que es un primer gran paso.
En toda lucha cívica hay lágrimas y sonrisas. Sólo así podemos mantener viva nuestra humanidad y no perder la capacidad de indignarnos. Sólo así podemos ser fuertes ante la maldad.
Ayer, por ejemplo, en una reunión de personas en el exilio me tocó escuchar por varias horas, de viva voz el testimonio de nicaragüenses que han sido torturadas vilmente; de hermanas y hermanos nicaragüenses que han perdido hijos y padres a manos del FSLN. Yo tendría que ser de hierro para no regresar a la cama que me espera, ya casi de madrugada en el cuartito de la familia que nos aloja temporalmente, y no llorar en silencio tratando de no despertar a mis dos amores (mi esposa Berta y Alejandra). En mi caso, doblar rodillas en esa soledad de la madrugada es como una fuente de energía que me hace levantarme de nuevo con la frente en alto y seguir el camino que muchos iniciamos. Aquel camino en el que soy, como he admitido, un “autoconvocado más”, sin partido político, sin siquiera un mandato oficial de ningún gobierno o alianza para hacer todo lo que esté a mi alcance para ayudar. Es el camino en el cual fui sorprendido por la historia y que hoy asumo como una bendición, como el privilegio más grande que cualquier otra labor de servicio antes realizada.
Escribo estas reflexiones ante una pregunta de algunos usuarios de redes sociales: ¿A quién representas? Me decía. ¿Quién te ha dado la autoridad de hablar por nosotros? ¿Acaso sos parte de la Alianza o de la Mesa del Diálogo? La respuesta es sencilla: No es justo quedarse de brazos cruzados como espectador ante el sufrimiento del pueblo. No tengo el gusto de ser parte de la Alianza y cuando fui propuesto por más de un obispo para ser parte del diálogo, el gobierno respondió con un rotundo “No!”. Eso no me ha impedido, a disgusto de algunos, asumir algunas tareas de servicio o acciones de protesta, de desobediencia o de ayuda humanitaria sin que nadie me lo haya “delegado”. Ese es, precisamente, la naturaleza bella de toda la energía autoconvocada, espontánea, que hoy puesto a temblar al régimen.
Es natural que siempre habrán voces que critiquen, que insulten, que expresen incredulidad ante la ruta escogida o incluso que se burlen de nuestras intenciones. Pero por cada voz de insultos o de dudas recibidos también hay un torrente de palabras de esperanza en una Nueva Nicaragua que se construye sobre una nueva Piedra Angular de Amor. Me tomó mucho esfuerzo escribir estas palabras porque a veces caigo en la provocación de mostrar fortaleza permanente, cuando más bien tengo el corazón en pedazos. La verdad es que no tengo ni toda la autoridad ni mucho menos todas las respuestas sobre el camino exacto que nos sacará de esta tiranía asesina que ha matado a nuestros jóvenes, campesinos y hasta al pueblo autoconvocado que pide libertad. Sí tengo la total y absoluta convicción que este régimen tiránico tiene los días contados. No tengo una pizca de dudas en mi corazón de que Nicaragua será libre.
Es así que anoche me acosté casi al salir el sol, preguntándome muchas de las preguntas que ustedes me han hecho llegar. Y humildemente admito que no tengo todas las respuestas. Creo que sólo Dios las tiene, y mostrándonos humildes y sencillos de corazón, con el espíritu abierto, es que podremos encontrar la guía idónea hacia la Nicaragua en libertad, que todas y todos soñamos. Amaneció y me sumé a la caravana organizada por los nicas auto convocados de Miami y la tristeza de la noche anterior, que era como espinas en medio del desierto, se convirtió en un jardín de ilusión. Vi a la diáspora de nicaragüenses que salieron hacen décadas o hace meses, expresar un amor inmenso a Nicaragua como si nunca si hubieran ido. Vi a abuelas, a madres, a jóvenes preguntándome cómo ayudar a nuestros presos, a los heridos, a los perseguidos. Vi a un pueblo en oración. Vi a una procesión de exiliados que se ganan con gran esfuerzos la vida, deseosos de compartir el pan con los que no tienen pan.
A pocas horas de volver a dormir, me acuesto con una sonrisa y—confieso—también con algunas lágrimas porque pienso en mi hermano Medardo Mairena y en tantos presos políticos encarcelados por su lucha por la libertad. Pero a pesar de ello, siento que cada día que pasa es un día que se acerca al fin de esta dictadura. Cuando ese día llegué la nación empezará a sanar de sus heridas para poder ser, al fin, la familia y la nación que merecen nuestras hijas y nuestros hijos.
Ya pronto estaré de regreso en Nicaragua; para sumarme al ejército de “minúsculos” que soñamos con hacer a Nicaragua, grande y libre. No lo olviden: no es malo llorar; pero sí es prohibido olvidar y perder la esperanza. Es prohibido echar pie atrás.
Bendiciones
En toda lucha cívica hay lágrimas y sonrisas. Sólo así podemos mantener viva nuestra humanidad y no perder la capacidad de indignarnos. Sólo así podemos ser fuertes ante la maldad.
Ayer, por ejemplo, en una reunión de personas en el exilio me tocó escuchar por varias horas, de viva voz el testimonio de nicaragüenses que han sido torturadas vilmente; de hermanas y hermanos nicaragüenses que han perdido hijos y padres a manos del FSLN. Yo tendría que ser de hierro para no regresar a la cama que me espera, ya casi de madrugada en el cuartito de la familia que nos aloja temporalmente, y no llorar en silencio tratando de no despertar a mis dos amores (mi esposa Berta y Alejandra). En mi caso, doblar rodillas en esa soledad de la madrugada es como una fuente de energía que me hace levantarme de nuevo con la frente en alto y seguir el camino que muchos iniciamos. Aquel camino en el que soy, como he admitido, un “autoconvocado más”, sin partido político, sin siquiera un mandato oficial de ningún gobierno o alianza para hacer todo lo que esté a mi alcance para ayudar. Es el camino en el cual fui sorprendido por la historia y que hoy asumo como una bendición, como el privilegio más grande que cualquier otra labor de servicio antes realizada.
Escribo estas reflexiones ante una pregunta de algunos usuarios de redes sociales: ¿A quién representas? Me decía. ¿Quién te ha dado la autoridad de hablar por nosotros? ¿Acaso sos parte de la Alianza o de la Mesa del Diálogo? La respuesta es sencilla: No es justo quedarse de brazos cruzados como espectador ante el sufrimiento del pueblo. No tengo el gusto de ser parte de la Alianza y cuando fui propuesto por más de un obispo para ser parte del diálogo, el gobierno respondió con un rotundo “No!”. Eso no me ha impedido, a disgusto de algunos, asumir algunas tareas de servicio o acciones de protesta, de desobediencia o de ayuda humanitaria sin que nadie me lo haya “delegado”. Ese es, precisamente, la naturaleza bella de toda la energía autoconvocada, espontánea, que hoy puesto a temblar al régimen.
Es natural que siempre habrán voces que critiquen, que insulten, que expresen incredulidad ante la ruta escogida o incluso que se burlen de nuestras intenciones. Pero por cada voz de insultos o de dudas recibidos también hay un torrente de palabras de esperanza en una Nueva Nicaragua que se construye sobre una nueva Piedra Angular de Amor. Me tomó mucho esfuerzo escribir estas palabras porque a veces caigo en la provocación de mostrar fortaleza permanente, cuando más bien tengo el corazón en pedazos. La verdad es que no tengo ni toda la autoridad ni mucho menos todas las respuestas sobre el camino exacto que nos sacará de esta tiranía asesina que ha matado a nuestros jóvenes, campesinos y hasta al pueblo autoconvocado que pide libertad. Sí tengo la total y absoluta convicción que este régimen tiránico tiene los días contados. No tengo una pizca de dudas en mi corazón de que Nicaragua será libre.
Es así que anoche me acosté casi al salir el sol, preguntándome muchas de las preguntas que ustedes me han hecho llegar. Y humildemente admito que no tengo todas las respuestas. Creo que sólo Dios las tiene, y mostrándonos humildes y sencillos de corazón, con el espíritu abierto, es que podremos encontrar la guía idónea hacia la Nicaragua en libertad, que todas y todos soñamos. Amaneció y me sumé a la caravana organizada por los nicas auto convocados de Miami y la tristeza de la noche anterior, que era como espinas en medio del desierto, se convirtió en un jardín de ilusión. Vi a la diáspora de nicaragüenses que salieron hacen décadas o hace meses, expresar un amor inmenso a Nicaragua como si nunca si hubieran ido. Vi a abuelas, a madres, a jóvenes preguntándome cómo ayudar a nuestros presos, a los heridos, a los perseguidos. Vi a un pueblo en oración. Vi a una procesión de exiliados que se ganan con gran esfuerzos la vida, deseosos de compartir el pan con los que no tienen pan.
A pocas horas de volver a dormir, me acuesto con una sonrisa y—confieso—también con algunas lágrimas porque pienso en mi hermano Medardo Mairena y en tantos presos políticos encarcelados por su lucha por la libertad. Pero a pesar de ello, siento que cada día que pasa es un día que se acerca al fin de esta dictadura. Cuando ese día llegué la nación empezará a sanar de sus heridas para poder ser, al fin, la familia y la nación que merecen nuestras hijas y nuestros hijos.
Ya pronto estaré de regreso en Nicaragua; para sumarme al ejército de “minúsculos” que soñamos con hacer a Nicaragua, grande y libre. No lo olviden: no es malo llorar; pero sí es prohibido olvidar y perder la esperanza. Es prohibido echar pie atrás.
Bendiciones
Comentarios
Teniendo un promedio de 117 muertos por mes, y un pueblo que cada vez se pronuncia más en las calles, un gobierno que a pesar de ser condenado internacionalmente por sus actos de represión y genocidio sigue atropellando y pisoteando la constitución; ¿qué nos puede garantizar que la lucha cívica puede continuar y dar frutos, y no tener un giro hacia una guerra civil?, hago esta pregunta porque históricamente hemos estado en un ciclo de lo mismo, caemos en un régimen dictatorial se derroca y el que llega por medio de armas le receta lo mismo al pueblo.
¿Es acaso necesario que nosotros como pueblo tengamos que inmolarnos para romper este ciclo?, aclaro que no estoy de ninguna manera sugiriendo inmolarnos, pero lo estamos viviendo, un pueblo desarmado, únicamente con morteros y piedras.
Sé que la diplomacia moderna es un tema totalmente complejo y lleno de burocracia, lo cual me hace pensar que acciones directas contra Ortega-Murillo tomará tiempo. He aquí donde hago otra pregunta, ¿Qué acciones debería tomar el pueblo para poner fin a este caos que se vive en la nación?.
Saludos cordiales.