A propósito del 124 Aniversario de la Revolución Liberal
Con los años me siento cada vez más
comprometido con las ideas liberales. Soy liberal y estoy convencido que el
liberalismo moderno—es decir el compromiso con la promoción y defensa de la
libertad individual y de la dignidad de todas las personas sin ningún tipo de
discriminación—ofrece soluciones innovadoras a los retos de la sociedad
contemporánea.
Sin embargo, hoy que muchos nicaragüenses recordamos la Revolución Liberal de 1893, no siento que la figura
del General José Santos Zelaya sea el mejor referente para un liberalismo
moderno. A pesar de los logros de su gobierno, de manera objetiva, el General
Zelaya fue un dictador.
Ciertamente, para entender el legado de General
José Santos Zelaya en su justa dimensión, es necesario analizarlo en el contexto
histórico en que vivió pero lo cierto es que Zelaya estableció un estilo de
caudillismo idealizado cuya sombra aún nos persigue. Somoza quiso ser el
próximo Zelaya y lo logró. El Dr. Arnoldo Alemán intentó lo mismo pero su error
de cálculo con el pacto con Ortega hizo que se le quedaran con el mandado y el
PLC terminara siendo un socio minoritario en esa acuerdo.
Ahora el caudillo de turno que añora ser el Zelaya del siglo 21 es Ortega. El argumento de quienes lo defienden es el mismo: hay crecimiento económico, hay estabilidad para que el sector privado haga su trabajo y no hay alternativas en la oposición.
Lamentablemente todos los caudillismos
en Nicaragua han terminado mal. A pesar de los avances que pueden mostrar en el
mediano plazo, ningún caudillo ha podido dar el salto hacia la modernidad
democrática en Nicaragua y se ha quedado estancado en el modelo del caudillismo
autoritario de hacienda con una tajona en una mano y un nacatamal en la otra.
La versión criolla del pan y circo.
Zelaya fue el creador del mito de que
sólo los liderazgos caudillistas generan crecimiento. También creó la idea
seductora del dictador benevolente. No obstante, bajo su mandato (1893-1909) Zelaya
estableció la reelección indefinida, envió a sus principales opositores al
exilio e incluso organizó elecciones donde fue él fue el único candidato.
En 1905 José Santos Zelaya, reformó la
Constitución de 1893. En esa reforma se suprimieron los artículos que prohibían
la reelección presidencial y se le otorgaron poderes totalitarios al presidente
Zelaya, que deseaba ser candidato por quinta vez y seguir gobernando sin
oposición. En el mes de Noviembre de ese año, Zelaya organizó unas elecciones
donde él fue el único candidato, convirtiéndose nuevamente en presidente con una
constitución hecha a su medida. Los excesos dictatoriales de Zelaya fueron el
principio del fin de su gobierno, ya que pocos años más tarde—el 17 de
diciembre de 1909—fue obligado a dimitir, y salió al exilio. La salida de
Zelaya abrió un sangriento capítulo para Nicaragua.
Curiosamente, tanto el FSLN como el
PLC e instituciones como el Ejército de Nicaragua, invierten muchos recursos en
exaltar la figura de Zelaya, porque es un instrumento didáctico subliminal para
hacernos creer a las nuevas generaciones que los caudillos son buenos. Por otra
parte, líderes liberales más democráticos como José Madriz, Benjamín Zeledón,
René Schick y Ramiro Sacasa han sido completamente olvidados.
Creo que la tarea pendiente de las
nuevas generaciones de liberales en Nicaragua es empezar desde el principio:
hacer formación política sobre qué es el liberalismo a la luz de los conceptos
de la democracia moderna y tener la valentía de tomar distancia de los
caudillos militares que gobernaron en siglos pasados.
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