Papá, te quisiera contar que...

Con frecuencia escucho a algunos amigos/as, quejarse sobre sus padres. Cada quien tendrá sus razones para renegar o alegrarse por el progenitor que le tocó en la vida. No es extraño que existan papás con relaciones complicadas con sus hijos/as. Con los años he entendido que la formación de una masculinidad sana y de una paternidad responsable—o la importancia del diálogo intergeneracional—son temas del que pocas veces hablamos. Pero ese es un asunto para conversar en otro momento. Quisiera más bien referirme a las personas que tienen la bendición de tener a sus papás físicamente con ellos:

Puede ser que tu papá este cerca o viva en la distancia. O que, a pesar de vivir cerca de vos, la comunicación entre ustedes dos no sea la mejor. Lo cierto es que la vida te ha dado la oportunidad de poder mirarle a los ojos para conversar o para hacerle las preguntas que siempre le has querido hacer y tenés guardadas todavía. O simplemente, para darle un abrazo o tomarte un café o una cerveza con él. ¡Aprovechá que está ahí y llámalo pronto! Cuánto quisiera yo tener esa oportunidad que vos tenés. Tendría tantas cosas qué contarle, pero se me fue hace ya 32 años.

Papá, te quisiera contar que...

Quisiera contarte que pude aprender a jugar ajedrez de forma autodidacta y que llegué a amar ese juego tanto como vos. Las fichas quedaron arregladas en el tablero esperando que me explicaras los movimientos. Pero esa lección de ajedrez tuvo que esperar como muchas otras cosas que quise aprender de vos.

También te contaría que leí muchas veces “Las Venas Abiertas de América Latina”, el único libro que me quedó de tu pequeña biblioteca. Ahora entiendo mejor tu fervor revolucionario. Sin estar necesariamente de acuerdo en muchas cosas, tengo la sensación que compartimos las mismas utopías y que tendríamos unos debates intensos e interesantes. 

Te quisiera contar que, al igual que vos, recorrí por años las mismas montañas del norte de Nicaragua, donde trabajaste con tanta entrega ayudando a las cooperativas de las zonas de guerra. La gente aún te recuerda con gratitud. Conocí algunas ligas campesinas de beisbol que organizaste y hasta una de las escuelas que ayudaste a construir en medio de la selva.

¡Y te contaría que repudio a los dictadores con tu misma convicción!

Te quisiera hablar de tu nieta Alejandra. Papá, notarías en mi entusiasmo lo feliz que me hace tu nieta y te llevarías tan bien con tu nuera. Sin duda estarías orgulloso de la amiga y cómplice que Dios me ha dado por esposa.

Sabrías que tu sonrisa sigue viva en la sonrisa de tus otras nietas y nietos.

Nos reiríamos mucho de las anécdotas que he recopilado de tus años de juventud en Matagalpa, en Diriamba y en Santiago de Chile. De seguro me aclararías que algunas de esas anécdotas de tus escapadas adolescentes son exageraciones de tus amigos, y me contarías otras historias que aún no conozco.

Te contaría lo mucho que te he llegado a admirar a través de mi madre, que te ha seguido amando fielmente como el día en que se conocieron. Y quizás, si te animás, te pediría que me dejaras leer tus poemas.

Si acaso tuviera algún reclamo, eso lo dejaría para después. Al fin al cabo, ¿qué te podría reclamar yo, desde mi humanidad imperfecta a mis 40 años de edad, cuando ya he vivido ocho más años que vos? Para las preguntas complejas habría otro momento. Es más importante jugar la partida de ajedrez que jamás pudimos iniciar.  

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