Última Carta del Carta del General Benjamín Zeledón a su esposa
Última Carta del Carta del
doctor, general y Jefe del Estado de Nicaragua (en rebelión) Benjamín Francisco
Zeledón, a su esposa Ester Ramírez
Jerez, antes de su batalla final contra los infantes de la Marina de Estados
Unidos de América y los aliados de los interventores, del Partido Conservador (Septiembre
de 1912).
El destino cruel parece haber
pactado con Chamorro y demás traidores para arrastrarme a un seguro desastre
con los valientes que me quedan. Carecemos de todo: víveres, armas y municiones
y rodeados de bocas de fuego como estamos, y 2,000 hombres listos al asalto,
sería locura esperar otra cosa que la muerte, porque yo y los que me siguen, de
corazón, no entendemos de pactos, y menos aún de rendiciones.
Chamorro acaba de mandarme a
tu papá para convencerme de que estoy perdido y de que mi única salvación está
en que yo claudique, rindiéndome —que Chamorro lo haya hecho se comprende,
porque estúpidamente me cree como él, y claro está, si él se viera en mi caso
se correría como se ha corrido otras veces y vería que se le pagara bien en
dinero y en hombres que es incapaz de conquistar de otro modo.
Tu papá agotó los
razonamientos que su cariño y su claro talento le sugirieron. Me habló del
deber que tengo que (de) conservar mi vida para proteger la tuya y la de
nuestros hijitos, esos pedazos de mi corazón para quienes quiero legar una
Nicaragua libre y soberana. Pero no pudimos entendernos porque mientras que él
pensaba en la familia, yo pensaba en la patria, es decir, la madre de todos los
nicaragüenses. Y como él insistiera, le dije al despedirnos que, desde que
lancé mi grito de rebelión contra los invasores y contra quienes los trajeron,
no pensé más en mi familia, sólo pensé en mi causa y mi bandera, porque es
deber de todos luchar hasta la muerte por la libertad y la soberanía de su
país.
Para los que tenemos la dicha
de sentir arder en nuestros pechos la llama del verdadero patriotismo, para
quienes sabemos que quien sabe morir, sabe ser libre, y, aunque veo por los
preparativos que se hacen que yo y mis bravos y valientes compañeros vamos
derecho a la muerte porque todos hemos jurado no rendirnos, no dejo de pensar
en ti, mi noble y abnegada compañera, que con valor espartano me dejaste
empuñar nuestra bandera de libres y patriotas, porque tú también has sentido el
ultraje del invasor y la infamia y traición de quienes lo trajeron, para eterno
baldón suyo y vergüenza de los nicaragüenses.
No me hago ilusiones. Al
rechazar las humillantes ofertas de oro y de honores que se me hicieron, firmé
mi sentencia de muerte, pero si tal cosa sucede moriré tranquilo, porque cada
gota de mi sangre derramada en defensa de mi patria y de su libertad, dará vida
a cien nicaragüenses que, como yo, protesten a balazos del atropello y la
traición de que es actualmente víctima nuestra hermosa pero infortunada Nicaragua, que ha
procreado un Partido Conservador compuesto de traidores.
Si el yankee a quien quiero arrojar de mi país me vence en la lucha que se aproxima y,
milagrosamente, quedo con vida, te prometo que nos marcharemos fuera, porque
jamás podría tolerar y menos acostumbrarme a la humillación y la vergüenza de
un interventor. Si muero... moriré en mi lugar por mi patria, por su honor, por
su soberanía mancillada y por el noble Partido Liberal en cuyas doctrinas me
nutrí, por cuyos ideales he luchado siempre y en quien tengo la fe más ciega de
que al caer yo, él te escudará y escudará a los pedazos de mi alma, que les
dejo encomendados, seguro de que a ti te ayudarán y a mis angelitos los
educarán angelitos, los educarán en mis ideas para que a su tiempo continúen la
obra que sólo dejaré iniciada.— Y digo que tengo la fe ciega en el Partido
Liberal porque en él he militado siempre, porque en él he luchado con la
palabra, con la pluma y con las armas, sacrificándole mis mejores esfuerzos y
aun mi vida, y por último, porque tengo siempre mis amigos más sinceros y
leales en quienes confío que hagan por ti y nuestros hijos lo que yo haría por
los suyos, en un caso semejante.
Repito: si vivo, nos iremos de
Nicaragua mientras flamee en ella el pabellón norteamericano. Si muero... no
llores, no te aflijas porque en espíritu te acompañaré siempre y porque mis
buenos y leales amigos en lo particular, y el Partido Liberal, en general,
quedan allí para ayudarlos y protegerlos como yo lo haría si pudiera. Si en
estos momentos no tuviera esa consoladora esperanza, moriría desesperado,
porque si la patria tiene derecho a mi vida, mi esposa y mis huérfanos hijitos
tienen pleno derecho a la protección de ella.
Y como, rechazada la oferta de
Chamorro no queda otro camino que arreglar el asunto por medio de las armas,
dejo al destino la terminación de esta carta que escribo con el alma mandándote
con ella, para ti y nuestros angelitos, todo el amor de que es capaz quien, por
amor a su patria, está dispuesto a sacrificarse y a sacrificarte a ti y a
nuestros inocentes hijos.
Adiós... o hasta la vista. ¿Quién
lo sabe?
Benjamín
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