¿Socialismo del Siglo XXI o Fascismo Tropical?


Mucho se ha hablado sobre la verdadera definición del denominado Socialismo del Siglo XXI impulsado por el Presidente de Venezuela Hugo Chávez, autonombrado caudillo de una supuesta revolución bolivariana que aspira a sentar bases en América Latina. Si en algún momento hubo quienes no tomaron en serio los delirios expansionistas de Chávez, basta con dar un rápido vistazo a las relaciones de poder entre Venezuela con Bolivia, Ecuador, Nicaragua y, hasta hace poco, Honduras.
Excluyo de esta lista a Cuba, pues aunque existe un tórrido “affairs” entre el Castrismo y el Chavismo, a diferencia de países como Nicaragua, la isla caribeña deja claro que su relación con Venezuela debe ser una de provecho estratégico y político pero no de subordinación. Todo lo contrario. Mientras en Nicaragua Chávez es recibido cual jefe de un partido político en gira de campaña por uno de sus municipios por el dócil y solicito alcalde, en Cuba Chávez llega adoptando un cuidadoso porte de peregrino en tierra santa esperando ser bendecido por el Patrono.

Y es que en realidad Chávez aspira a ser el heredero de Castro en América Latina a pesar de carecer de muchas de las habilidades que han permitido que el anciano jefe del Partido Comunista Cubano mantenga, hoy a través de su hermano, un férreo control de la isla. Sin embargo, a carencia de una propuesta ideológica coherente y de otras cualidades necesarias para inspirar y movilizar, Chávez cuenta con reservas certificadas de petróleo a su disposición que hoy ascienden a más de 153 mil millones de barriles.

Al hablar de las carencias del Chavismo me refiero principalmente a la ausencia de un proyecto político coherente que sea capaz de sostenerse por su propio peso y no por el clientelismo petrolero. Dicho de otra forma, el denominado Socialismo del Siglo XXI es, a lo sumo, una arenga política anticapitalista pero que carece de un proyecto ideológico en el sentido más estricto de su acepción. Por proyecto ideológico me refiero a la “estructura conceptual de referencia que provee de criterios para la elección y la decisión en virtud de los cuales la mayoría de actividades de una comunidad organizada es gobernada” (Martin Serliger, citado por Sternhell, 1976, p. 318).

Lo que indudablemente existe en Venezuela es un proyecto Chavista de la misma forma en que en Nicaragua el sandinismo oficialista se convirtió en Orteguismo. Habrá quien me argumentaría que tanto el Orteguismo como el Chavismo, no por ser proyectos personalistas autoritarios de concentración del poder dejan de ser proyectos ideológicos en el sentido en que representan a un sistema y cuentan con un programa de acción. Si tal referencia fuese válida, cabria preguntarse entonces si otros fenómeno sociales y políticos como el caudillismo y el clientelismo también podrían ser tipificados como ideologías. ¡Por supuesto que no!

Tanto el caudillismo como el clientelismo son fenómenos de poder sustentados por mecanismos informales y difusos en la relación principal-agente en donde la interacción entre los actores del sistema es guiada por factores como la baja autoestima de los acaudillados, el intercambio de favores o la concesión de prestaciones. Para ilustrar mejor el ejemplo es adecuado aclarar que lo anterior no anula el hecho de que los acaudillados o los clientes no tengan, como grupos o como individuos, un punto de vista particular sobre la realidad, aspecto básico de toda ideología. No obstante, ambos fenómenos carecen de las bases intelectuales y conceptuales que movilicen la acción política, quedándose en expresiones de una relación transaccional.

En este sentido, es Socialismo del Siglo XX—en la acepción en que ha sido propuesta por ideólogos como A.V. Buzgalin y Heinz Dieterich Steffan—no es otra cosa más que un replanteamiento casi repetitivo de las mismas ideas anticapitalistas propuestas por Noam Chomsky y otros. Sin embargo, es innegable que es dicho concepto sí implica la articulación de una propuesta más o menos coherente de un sistema de creencias que intentan explicar la realidad sobre la base de las premisas básicas de Karl Marx, incorporando los aprendizajes experiencias e socialistas del pasado. Adicionalmente, el concepto de “Socialismo del Siglo XXI” también implica una reacción ante el poder hegemónico estadounidense.
En los casos concretos de Chávez y Ortega en Venezuela y Nicaragua, respectivamente, efectivamente se asoman algunos rasgos de la propuesta socialista, específicamente en lo referido al discurso de lucha de clases, el férreo antinorteamericanismo, el desdén por la propiedad privada y el impulso colectivista. No obstante, estos rasgos quedan totalmente opacados ante un proyecto más bien de culto a la personalidad que si bien no es del todo ajeno a la tradición socialista, al combinarse con otros aspectos adquiere una forma totalmente diferente.

¿Si no Socialismo, entonces qué es?

Antes de ilustrar el argumento de que el proyecto Chavista es en realidad una versión tropicalizada del fascismo, es importante recordar que el fascismo clásico desapareció con la derrota de los países del eje al concluir la segunda guerra mundial (Ej. el fascismo en España). Pero de igual forma que otras expresiones políticas desarrolladas en Europa llegaron a América de manera tardía y transformada, el fascismo también se vivió en América Latina bajo formas autóctonas. Tal fue el caso de las dictaduras de Perón en Argentina y Somoza en Nicaragua. Hoy aparece nuevamente en las persona de Chávez en Venezuela y, de manera germinal, con Ortega en Nicaragua.

En las opiniones de autores como Joan Antón, Joan Joseph Vallbé y E. Gentile, el fascismo es una expresión de dominación política totalitaria y revolucionaria guiadas por el objetivo central de subordinar y transformar la sociedad a través de la captura del Estado y el monopolio del poder desde un régimen de Estado-partido. Para ello, se aspira a un sistema político de partido único –o al menos hegemónico en el sentido en que lo define Sartori— guiado por un caudillo carismático que se atribuye la virtud de interpretar y encarnar casi metafísicamente las aspiraciones y la voluntad del pueblo.
El caudillo, además, concentra para sí todo el poder del partido y defines su acción política desde la perspectiva de una “revolución permanente contra enemigos exteriores e interiores.” Además, Antón agrega “se trata pues de una revolución política, cultural y espiritual” donde es imprescindible hacer pacto para alcanzar el poder con las fuerzas conservadoras. Este pacto marca los límites de la revolución fascista y el paso del “fascismo-movimiento al fascismo-régimen”.

Asimismo, “el fascismo aborrece la democracia liberal porque ésta favorece la cantidad respecto a la calidad…en tanto que concibe a la masa de la población como un ente incapaz de gobernarse”. En este sentido, el fascismo comparte una característica importante con otras expresiones de extrema derecha, como son el descrédito al sistema de democracia representativa y por ende al sistema políticos pluripartidistas al considerarlos expresiones de grupos de poder contrarios a los intereses del pueblo.
En consecuencia, el discurso político fascista hace constante referencia a la necesidad de una nueva democracia, “democracia verdadera” o “democracia pura”, le llamó Mussolini. La teoría de Democracia directa ofrece una sorprendente similitud a los argumentos de la sustitución de la clase política por el hombre común, esgrimidos por los fascistas europeos. ¡Basta de ya partidos! ha dicho Chavez.

Las similitudes no se detienen ahí, la concepción geopolítica del fascismo es fundamentalmente de antagonismo y conspiración, en tanto el caudillo tipifica de complot internacional cualquier crítica que venga de otras instituciones o personas basadas en el exterior. En consecuencia, la disidencia interna y la oposición, desde a óptica fascista debe ser necesariamente expresiones subversivas financiadas por el enemigo externo. Por ello, la oposición es definida como anti-nacionalista (vende-patria) en tanto el régimen político fascista cree ser la plataforma sobre la que debe sustentarse la nacionalidad misma.

Cualquier similitud con el Chavismo no es pura coincidencia.

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